A escasos días de que el catálogo de Libranda incluya al fin los 2.000 títulos prometidos para su primera fase, la plataforma digital que reúne a los grandes de la edición en España continúa sumando opiniones desfavorables.
Al debate sobre los derechos de autor, la territorialidad de esos derechos que reproducen el patrón del libro impreso, y los préstamos de libros entre lectores a los que me referí en este post, ahora se suman los derechos de traducción y la opinión de algunos libreros acerca de su futuro en el negocio digital.
En este artículo del Club de Traductores de Buenos Aires, que lleva un título muy gráfico, se explican con claridad las repercusiones del actual planteamiento digital para el gremio de traductores: son casi tan malas como las de los autores.
Y en cuanto a la posición de los libreros, que recoge Alberto Ojeda en este artículo de El Cultural, hay opiniones para todos los gustos, pero en ningún caso son optimistas. Y es así, aunque el presidente de Cegal (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros) haya manifestado que “la preocupación era mayor hace dos años. La figura del librero en el canal de venta se respetará, aunque entren nuevas operadoras en el negocio, como librerías digitales sin una sede física. Además, se prevé que en los próximos cinco años el porcentaje de venta de libros electrónicos oscile entre el 3% y el 5%, por lo que la mayor parte del negocio lo conservará el libro tradicional de papel”. (O quizás precisamente por eso; la lectura entre líneas de sus declaraciones, al menos a mí, no me suenan nada prometedoras… y eso que no tengo una librería).
A todo lo anterior hay que sumar que la agente literaria Carmen Balcells no participa en este proyecto, ya que el año pasado creó una entidad cuya misión es vender los derechos digitales de sus autores. ¿Qué significa ésto? En primer lugar confirma el hecho de que el tratamiento de los derechos digitales bajo Libranda no resulta económicamente rentable a los autores, y por extensión, tampoco a sus agentes. En segundo lugar, de partida deja fuera de la plataforma digital las obras de autores de la importancia de Gabriel García Márquez e Isabel Allende, entre muchísimos otros.
Como usuaria -y fan incondicional de las ventajas- del libro electrónico estoy ansiosa por ver de qué manera Libranda me facilita el acceso a libros digitales en castellano que ahora sólo puedo comprar en impreso. Dos mil títulos me parece una oferta muy escasa y el ahorro respecto del papel no me impresiona. Quiero decir que mi decisión de compra no estará basada en lo atractivo del precio, sino más bien en la inmediatez que proporciona pagar y descargar. Sin embargo, como creo que el movimiento se demuestra andando, esperaré a que Libranda empiece a andar para hacer una valoración final. De momento, es poco más que una web con la mayoría de sus secciones «en construcción».