El anuncio: Un relato romántico y divertido de Patricia Sutherland sobre el carismático motero Niilo Jarvi.

EL ANUNCIO

(Fragmento)

por Patricia Sutherland

Un relato romántico y divertido, de un momento muy especial del «caballero Jedi», Niilo Jarvi y su chica, basado en Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.

«El anuncio», un relato romántico y divertido sobre el carismático motero Niilo Jarvi, y su chica. Basado en Los moteros del MidWay, 4.

– I –

Madrugada del día de Navidad de 2010,

En algún lugar de Londres.

—Este Ike es tooodo un personaje y perdona que te diga, pero con los moteros no es con los únicos que ha estado haciendo mérito —apuntó Abby, risueña.

Iba junto a su amiga Amy, sentada en el asiento posterior del coche de Evel quien, habida cuenta de que su ingeniero de diseño había decidido marcharse del mundo por la puerta grande bebiéndose tres boilermakers, se había ofrecido a llevarlos a él y a su chica sanos y salvos a casa.

—Lo que me extraña es que Dakota haya tragado —comentó Niilo. Su voz había sonado pastosa. Iba repantigado en el asiento del copiloto, más dormido que despierto.

—¡Has vuelto…! Ya ni me acordaba de que estabas ahí —celebró Evel, el único totalmente sobrio de los cuatro pasajeros del vehículo. Mirando a su mujer por el retrovisor, preguntó—: ¿Por qué lo dices, linda? ¿Está haciendo méritos con alguien más?

Quien respondió fue Amy. 

—¡Con Erin! Entre esos dos está pasando algo. —Al notar que Niilo asomaba la cabeza entre los asientos para mirarla, añadió—: Algo muy picante… Para empezar, me he enterado de que el fin de semana de la nevada estuvieron juntos. Muy juntos, me refiero. En la misma casa.

—¿Sabes tú algo de eso? Cuenta, cuenta —pidió Evel. Le habían llegado rumores, pero ninguna información fiable. 

—Lo que oís, chicos. Por lo visto, él la invitó a quedarse en su casa y ella aceptó. Y está claro que algo se está cociendo desde hace meses… En tu boda, los vi conversando muy ensimismados en la playa y ya sabéis lo que pasó en el cumpleaños de Conor… Pero, luego, en público no se dan ni un besito —se quejó, riendo—, así que está claro que lo que sucede, sucede entre bambalinas…

Niilo permaneció mirando a Amy aunque, en realidad, era de noche y apenas veía su rostro a menos que las luces de la calle lo iluminaran. A ella le divertían los flirteos que descubría entre los moteros. Y eso que se autodefinía como una mujer nada romántica… A él, en cambio, todo lo que tenía relación con aquel imbécil engreído, no le hacía ni pizca de gracia. 

—Sé que ella le interesa y que lo intenta desde hace tiempo —concedió Evel—, pero no tenía ni idea de que Ike le había sacado tanto rédito a la maldita borrasca. ¡Qué tío! Y sobre Dakota… No creas que ha tragado tanto, Niilo.

Evel relató brevemente el intercambio de palabras que había tenido con su socio cuando Ike, tras coger el micrófono, se había subido a la barra del MidWay.

—Es normal —soltó Niilo—. Cuando dijo eso de que quien no entregara las dos cosas para el siete de enero se quedaba en tierra, me dieron ganas de bajarlo de la barra de un puñetazo. ¿Quién se cree que es? Menudo imbécil.

Amy y Abby se mostraron asombradas ante tanta locuacidad por parte de un motero que no se caracterizaba, precisamente, por serlo.

—Bueno… —empezó a decir Evel a pesar de no tener claro que fuera una buena idea hacerlo, pero creía que iba siendo hora de que sus colegas empezarán a relajar un poco la tensión respecto de Ike, ya que era evidente que al tipo no lo habían ahuyentado con sus ataques disfrazados de indiferencia—. Entiendo que a nivel personal pueda no caer bien. Hasta entiendo que haya quien no quiera verlo ocupándose de las cosas del club. Pero la verdad es que lleva haciéndolo desde hace mucho tiempo como tesorero del club y resulta bastante irónico que todos hayamos dejado la pasta en sus manos y ahora nos preocupe que organice las quedadas… Más que irónico, ridículo. Y no —se adelantó al notar que Niilo ladeaba la cabeza e imaginando, ya que no podía verla del todo, el tipo de mirada que él le estaría dedicando—, no digo esto porque se haya dejado una pasta en mi taller… O, en parte, sí. En lo que a mí respecta, ahora es un cliente y no tiene que caerme bien. Pero, en honor a la verdad y aunque nos joda, es el único que ha demostrado ganas de implicarse en los eventos del club. Yo no tengo tiempo de ponerme a organizar quedadas y a ti tampoco te he visto que lo hicieras —sentenció, mirando a Niilo brevemente, antes de volver los ojos a la carretera.

—El presidente es Conor —repuso él. Abrió la boca en un largo bostezo.

—El presidente era Conor. Da igual lo que nosotros queramos, tío. Ha dicho que sí a volver a trabajar en el taller, sobre los MidWay Riders todavía no ha dicho ni mu. Y mientras no lo haga, el presidente sigue siendo Ike. Y, por lo tanto, es quien tiene que organizar los eventos. Además, si me permites la sinceridad, creo que se le da bastante bien… Dakota tendrá que ir haciéndose a la idea de que sus rencillas con Ike son un asunto personal, no del club.

—Bueno, bueno, bueno… Tampoco nos vamos a poner serios con este tema… —intervino Abby, con el mismo tono que se le había puesto tras su segunda cerveza, haciendo sonreír a Evel—. A mí me da igual, yo lo que quiero es que alguien se ocupe de organizar la quedada de mi sobri y que todo vaya fabuloso. ¿Que se pasó con lo de esa camarera que tiene las uñas larguísimas? No recuerdo su nombre… Se pasó y mucho. Pero de eso hace un siglo, y sé por Tess que él se ha disculpado varias veces. Yo creo que ya es hora de echar un tupido velo.

Habían llegado a su destino y Evel detuvo el coche frente al edificio donde vivían Niilo y Amy. Puso el intermitente. Al ver que su amigo no se movía del sitio, le tocó el brazo.

—Si quieres que te cargue a hombros, avísame.

—¿Qué, ya es mañana y es hora que vérmelas con mi suegro? —farfulló, somnoliento.

—No, todavía estás en mi coche y has vuelto a quedarte dormido… Tanto que os quejáis de que Conor no puede beber otra cosa más que leche, y luego vas tú y con tres boilermakers quedas de cama…

Desde el asiento posterior le llegaron las carcajadas de las dos amigas.

—¿Tres boilermakers? Añade a la cuenta todas las Coronitas que se bebió… —aclaró Amy—. Vamos, caballero Jedi, a ver si logramos llegar hasta el tercero y meternos en la cama… Aunque, si no te ves capaz, siempre podemos quedarnos en el primero, no creo que a tu madre le importe —bromeó.

Después de despedirse de sus amigos, Amy y Niilo entraron en el edificio. Ella lo llevaba agarrado por la cintura para evitar que él tropezara. 

Subieron al ascensor, marcaron el botón con el número tres y se quedaron abrazados y en silencio hasta que se detuvo en la planta solicitada. Al llegar frente a la puerta del apartamento, Amy sacó las llaves del bolsillo y se concentró en abrir las tres cerraduras… Pero tras cuatro intentos, nada. 

A Niilo le dio la risa tonta.

—¡No te rías que nos quedamos aquí fuera toda la noche!

—¡Cómo no me voy a reír, Amy! ¡Si pudieras verte, afinando la puntería como si en vez de una llave fuera un revólver, para luego no darle ni cerca…! —exclamó, y acabó contagiando a Amy, por lo que cuando al fin consiguieron abrir, entraron en el piso, desternillándose de risa.

—¿Has visto, hombre de poca fe? ¡Ya estamos en casa! Tampoco he bebido tanto… Y ahora que nadie nos oye —dijo ella al recordar el asunto—, ¿qué es eso de «verte las caras con tu suegro» que comentaste antes, en el coche? Con la única persona del mundo que tienes que verte las caras es conmigo, monino. 

* * *

Niilo se había dejado caer en el sofá sin preocuparse de encender la lámpara. Fue Amy quien lo hizo y después se arrodilló en la alfombra frente a él, mirándolo divertida. Tenía los ojos cerrados y aspecto de no ser capaz de volver a ponerse en pie. No era habitual verlo así. Intuía que la emoción de las últimas semanas sumada a lo que estaba a punto de suceder en unas horas, habían amplificado el efecto del alcohol. 

—¿Me has oído o quieres que te lo repita? —insistió ante la falta de respuesta.

Él se esforzó por abrir los ojos. Sentía la cabeza entre algodones y el estómago un poco revuelto.

—¿Mmm…?

Amy le quitó el gorro de la rana Gustavo y le despeinó el pelo cariñosamente. Repitió su pregunta mirándolo con expresión divertida.

—¿Me has oído ahora?

Él asintió moviendo la cabeza graciosamente. Sus párpados lucían a media asta, pero la porción visible de sus ojos, rezumaba picardía.

—Bromeaba… —admitió, refiriéndose a lo que había dicho en el coche—. Y en parte, no bromeaba… Quiero gustarle a tu padre… Que no tenga ninguna duda de que soy el hombre ideal para ti. Será porque perdí al mío… Sé que le habrías gustado muchísimo… Le habrías caído genial.

Aquel recuerdo dedicado a un hombre que a ella le habría encantado conocer, le derritió el corazón. Amy se incorporó y se sentó en el sofá, a su lado.

—Le caes bien, Niilo —aseguró, frotándole el hombro cariñosamente—, y ya se ha dado cuenta de que eres mi hombre ideal, créeme. En todo caso, los dos darán por bueno lo que yo decida.

Durante unos instantes, Amy y Niilo permanecieron en silencio, con los ojos cerrados. Hasta que, de repente…

—Espera, ¿he oído bien? ¿Has dicho que tus padres darán por bueno lo que tú decidas? 

De pronto, Niilo había vuelto a la vida. Giró la cabeza para mirarla. Notó que ella estaba repantigada en el sofá con una sonrisa de persona que ha bebido demasiado, y la mirada perdida en algún punto de la pared que tenían enfrente.

—Sip.

Niilo se rascó la cabeza pensativo. Definitivamente, no le cuadraba con la imagen que se había formado de ellos a través de las conversaciones que habían tenido durante los últimos meses. Después de presentárselos, en agosto, Amy había empezado a abrirse más con él acerca de la relación que mantenía con su familia, compartiendo algunos recuerdos de cuando todavía vivía con sus padres.

—Estás hablando de que así sería en una realidad paralela, ¿no? Porque en esta, me resultaría muuuuuuy raaaaaaro…

Ella se echó a reír ante la ocurrencia de Niilo. Él, que normalmente era callado, aquella noche estaba de lo más conversador.

—¿Realidad paralela? Oye, que con lidiar con mis padres en esta, ya tengo suficiente… 

—¡Y yo! —exclamó él. Lo dicho por Amy le había traído a la memoria el día de la boda de Evel y Abby y el millón y medio de preguntas que había tenido que responder a los Pearson. 

—Aunque… —continuó ella, pensativa—. Tienes razón, creo que no he estado muy acertada con mi comentario… Si por algo se caracterizan mis queridos progenitores, es justamente por no dar por bueno lo que yo decido…

—¿Ves? Esto sí me cuadra —concedió él, asintiendo con movimientos histriónicos.

—Existen muchas posibilidades de que no lo den por bueno… ¡Muchísimas! Pero como no estaremos solos, probablemente se corten y lo que realmente piensan me lo digan por teléfono o en otro momento… ¡Bien! —añadió, elevando un brazo en un gesto triunfal—. Sí, sí, sí… Y si puedo elegir, mejor que sea por teléfono… Así con dejarlo sobre la mesa y seguir con mis cosas mientras ellos se explayan a gusto, ¡asunto arreglado!

Vio que Niilo sonreía divertido ante su histrionismo y continuó.

—Ya los estoy oyendo… Mi madre —anunció, y se aclaró la garganta, disponiéndose a imitar su voz—: «Pero vamos a ver, Amy, no eres capaz de freír un huevo, ¿y te vas a vivir con tu novio? ¡Pues espero que él sí sepa cómo freírlo, si no la aventura os durará muy poco!» Como si no pudieras contratar a alguien para que te haga la comida o te limpie la casa… —remató, poniendo los ojos en blanco—. ¿Tú sabes freír huevos, caballero Jedi?

Amy tuvo que esperar a que él dejara de partirse de la risa para conocer su respuesta. Algo que hizo con una sonrisa divertida, encantada por su reacción.

—Nunca lo he intentado, pero por ti… ¡Lo que haga falta! —repuso, y volvió a reírse.

—¡Ese es mi chico!… Y mi padre dirá algo como… —Amy carraspeó una vez más, preparándose para una nueva imitación—. «Es muy típico de ti, cariño. En vez de anunciar que vas a casarte, como cualquier chica normal, lo que nos dices es que de ahora en adelante compartirás los gastos del alquiler para que te salgan más a cuenta. ¡Sí, señor, muy típico!».

—¡Ja, ja, ja… Los padres siempre pensando en la economía! —bromeó Niilo.

A pesar de las risas, Amy se dio cuenta de que, en el fondo, no le divertía tanto que las cosas fueran de aquel modo. Sus padres habían cambiado con los años, pero muchas de sus posturas ante la vida seguían siendo las mismas. Existían grandes posibilidades de que eso que para Niilo y ella era una gran noticia, para sus padres fuera otra locura más a añadir a la larga lista de decisiones objetables de su querida hija.

—A estas alturas, ya deberían saber que de mi economía me ocupo yo solita. Llevo haciéndolo desde que me fui de casa y en estos años jamás he recurrido a ellos. Ni una sola vez. Cuando las cosas no fueron bien, me aguanté y busqué mis propias soluciones.

Dado el evidente cambio de humor de Amy, Niilo decidió recuperar la risa.

—En mi caso, solo podemos esperar algo como… —se aclaró la garganta y puso voz de mujer al borde de un ataque de histeria— ¡¡¡Wiiiiiiii…. Al fin podremos empezar a planear la boda!!! —Y al ver la cara de Amy, se apresuró a añadir—: Eh, sin presiones, ¿vale, nena?

La pareja estuvo riéndose un buen rato a cuenta de las imitaciones paternas. Eran conscientes de que estaban ansiosos por lo que sucedería en unas horas en aquel mismo salón. También lo eran de que intentaban quitarle hierro al asunto… […]

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El mejor regalo del mundo: Un relato dulce y emotivo de Patricia Sutherland sobre la pareja más famosa de la Serie Moteros.

EL MEJOR REGALO DEL MUNDO

(Fragmento)

por Patricia Sutherland

Un relato dulce y emotivo, que abre el telón a un momento muy especial de la pareja más famosa de la Serie Moteros, basado en Los moteros del MidWay, 4. Una Navidad muy especial. Londres.

«El mejor regalo del mundo», un relato de Patricia Sutherland sobre la pareja más famosa de la Serie Moteros.

Sábado, 25 de diciembre de 2010.

Bar The MidWay.

Hounslow, Londres.

Eran las cuatro y media de la tarde y ya hacía más de una hora que Dakota había puesto a la familia en movimiento. Tal como había esperado que sucediera, las tías de Tess habían dicho que todavía era temprano y que podían quedarse un rato más en la buhardilla, a lo que él había respondido sacándolas con cajas destempladas.

—Ni hablar. Además, ¿que esperáis, que los quite yo? —Señaló el enorme lazo rojo que rodeaba la campana con la que tradicionalmente se anunciaba la última ronda de bebidas del día—. De eso nada, señoras. Ya podéis ir retirando todas esos adornos rapidito, que esto es un bar de moteros y se abre a las cinco.

—¡Es Navidad, Dakota! Moteros o no moteros todo el mundo espera ver lacitos y bolas de colores —intervino Amelia, haciéndole un guiño a Tess que para entonces reía divertida ante la expresión del rostro de su marido.

—Eso será en su caso. Lo que los clientes de este bar esperan encontrar aquí es cerveza y buena música.

—Y tíos buenos —apunto Abby mientras recogía la última mesa.

—¡Eso; tíos buenos! —dijo Terry.

Todos lo miraron sorprendidos. Llevaba dos horas bostezando sin parar con evidentes signos de estar durmiéndose sentado.

—¡Snowman ha resucitado! —exclamó Amelia, riendo. Junto a sus hermanas ya había comenzado a retirar los adornos navideños del salón.

—¡Alabado sea Dios! —bromeó Stella—. ¡Chico, qué alivio, nos tenías preocupados!

Terry agradeció los comentarios elevando ambos brazos como si fuera una estrella del rock saludando a los fans en un concierto

—Parece que has vuelto a la vida —le dijo Tess cariñosamente—. En ese caso, podrías quedarte un rato.

El moreno declinó la invitación con un gesto de la mano.

—No, cariño. Llevo dos semanas de aeropuerto en aeropuerto. Lo que necesito es dormir tres días seguidos, pero como eso no será posible, cuanto antes empiece mejor.

—Bueno, te dejaré descansar hoy, pero mañana te esperamos… ¿a comer? —propuso y al ver que él dejaba caer la cabeza hacia adelante y se ponía a roncar en broma, añadió—: De acuerdo, a cenar, entonces. A ti también, Diana, por supuesto. Y no aceptamos excusas, ¿verdad, Scott? —le preguntó a su marido que estaba encendiendo las máquinas, detrás de la barra.

El motero se volvió a mirarla con gesto interrogante.

—Les he invitado a cenar en casa mañana y acabo de informarles que no aceptamos excusas. Tienen que venir —le explicó ella, risueña—, ¿verdad?

¿Más gente en su casa? ¿Y todavía se lo preguntaba? Dakota empezó a reírse de pura desesperación.

—Si no venís os prometo que no me voy a ofender —aseguró. Y vio que Tess se ponía roja, lo cual consiguió que él se riera con más ganas.

—Eso es un alivio, tío. Lo último que querría es que te ofendieras —exclamó Terry y miró a Tess—: ¿Te he dicho ya que tu marido me encanta? ¡Es lo más!

—¿Te sientes identificado, verdad? A ti también se te da muy bien desconcertar a la gente con comentarios inoportunos… —Y volvió a dedicarle una mirada recriminatoria a su marido a la que él respondió haciéndole un guiño.

«Y que lo digas», pensó Diana, asintiendo con la cabeza varias veces. 

Aquellos movimientos enfáticos no pasaron desapercibidos a Terry. Estuvo a punto de traer a colación lo sucedido durante el día de remembranza en conmemoración del aniversario de la muerte de su marido, pero descartó la idea. Tess no estaba al tanto, o eso creía, ya que de otra forma, le habría dicho algo al respecto y la conocía lo bastante para saber que lo sucedido no le haría gracia. De hecho, mirándolo en perspectiva, a él tampoco se la hacía. No había estado bien.

—Totalmente identificado —repuso—. Tu marido es un desvergonzado, igual que yo. 

Dakota pensó que ese era el pie que necesitaba para acabar con aquella reunión por la vía expeditiva. Saltó por encima de la barra y fue hacia la mecedora donde estaba Tess con decisión.

—¡Exactamente! Y como no tengo ninguna vergüenza y, en cambio, lo que sí tengo es que prepararme para abrir el bar, me voy a llevar a mi mujer y a mi hija a casa ahora mismo. ¡La salida queda por ahí! —Señaló con un gesto de la cabeza la puerta principal y empezó a alejarse empujando la silla al tiempo que decía—: ¡Adiós a todos y gracias por venir!

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