La red del amor

El pasado 7 de marzo, El País Semanal publicó un artículo que la escritora Rosa Montero escribió el 14 de Febrero, el día de los enamorados, titulado «Maldito San Valentín». En él empieza confesando que «de todos los días falsos y arbitrarios inventados por los comerciantes para ordeñar nuestros bolsillos, éste es el que más me irrita». La verdad es que me gusta esta escritora. Si un artículo lleva su firma, lo leo porque sé que no suele defraudarme. Así que en este caso, y a pesar de la contundente frase en tipo destacado que centraba el tema a debate, a saber: «La idea del amor romántico nos ha hecho a los humanos un daño fenomenal», continué leyendo.

No me chocó su irritación por el mercantilismo que parece rodear nuestra vida, incluso en sus detalles más insignificantes; mucha gente lo comparte, estoy segura. Y sin duda, muchos comparten su «inquietante sensación» de que este año San Valentín se ha festejado más que nunca. Sin ir más lejos, a mí, que ni me irrita ni me inquieta, también me lo ha parecido. Sin embargo, ésto tiene poco de «tontuna» y mucho de estrategia de supervivencia. En momentos críticos, de intenso distrés -y los últimos tres años han sido críticos para millones de personas a nivel mundial-, nuestra mente pone en marcha mecanismos que nos permiten compensar los efectos negativos, y adaptarnos; la evasión es uno de ellos. Como dijera Richard Gregory, neurólogo y profesor emérito de neuropsicología de la Universidad de Bristol, el cerebro no está para buscar la verdad, sino para hacer predicciones para poder sobrevivir.

Pero resulta que soy escritora de novela romántica, y mis ojos están especialmente entrenados para cazar tópicos y clichés sobre el amor, los hombres, y las mujeres. Y la verdad, no esperaba encontrarlos en este artículo.

Más allá de los intereses comerciales por idealizar conceptos para después vendérnoslos, el amor romántico es mucho más que una mera idea, es un impulso vital hacia el apareamiento, natural y fundamental para la especie. En realidad, son varios los científicos que sitúan el surgimiento del amor romántico a la par que el nacimiento de la imaginación en las primeras especies de homínidos. Casi nada.

También existe un amplio consenso científico, e investigaciones recientes parecen confirmarlo, en que el amor romántico se halla profundamente enlazado con otros dos impulsos hacia el apareamiento, la lujuria, y el apego. Los tres poseen sus propios circuitos cerebrales, provocan diferentes comportamientos y expectativas, y están asociados a diferentes neuroquímicos (hormonas). Se sabe, además, que cada uno de ellos evolucionó para controlar un aspecto distinto de la reproducción: la lujuria, para «motivarnos» a buscar la unión sexual con prácticamente cualquier pareja medianamente apropiada; el amor romántico, para hacer que «concentremos» nuestro interés apareatorio en un individuo en particular (con el consecuente ahorro de tiempo y energía); y el apego, para facilitar que la pareja se mantenga unida el tiempo suficiente para sacar adelante a la descendencia, al menos, hasta superar los años de la infancia. Es lo que Helen Fisher (1) denomina «La red del amor».

De modo que lo más probable es que la pareja de «viejos» de la viñeta de Forges a que hace referencia Montero en su artículo, hayan tenido su etapa de lujuria, y también, la etapa de mirarse a los ojos y creer que el otro era simplemente perfecto. Es más, sin esas etapas, no serían tema siquiera para una viñeta.

Y aunque Montero opine que la fiesta de los enamorados es «una majadería dulzona, un paripé vacío, […] un frenesí de corazoncitos rojos que se parecen tanto a los musculosos corazones verdaderos como el amor real a los enamorados de San Valentín», imaginar es ver. Cuando imaginamos (pensamos o recordamos) ponemos en marcha los mismos mecanismos que cuando vivimos el suceso. Pensar en el ser amado, dice Eduardo Punset en su libro El viaje al amor (Destino, 2007), puede mejorar la relación amorosa, de la misma manera que practicar crucigramas puede ayudar a mantener la mente despierta.

Cualquier ocasión es una buena ocasión para aparcar la rutina, estimular nuestra imaginación y enfocarla en la persona que amamos.

Y como dice el refrán a «la ocasión, la pintan calva».

(1) Helen Fisher, antropológa, profesora e investigadora de la Rutgers University, y autora de títulos notables como Why We Love?, Henry Holt & Company, 2005,  y Anatomy of Love, Random House, 1994, entre otros.

Si deseas leer el artículo completo de Rosa Montero, lo encuentras aquí.

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4 comentarios en “La red del amor

  1. Totalmente de acuerdo con tus palabras, Patricia.

    «Cualquier ocasión es una buena ocasión para aparcar la rutina, estimular nuestra imaginación y enfocarla en la persona que amamos»

    ¡Cuánta razón tienes!

    • ¡Hola, niña!
      Gracias por la visita y por dejarme unas palabras.
      Ha sido una súper sorpresa verte por aquí, Victoria. Me has alegrado (más) el lunes :-)

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