A veces no tomas conciencia de que no sigues la norma hasta que algo que lees o te dicen te hace caer en la cuenta. Mis amigos ya creen que es bastante raro que no le de a un autor más que las primeras páginas para decidir si leo su libro o no. Para mí no es raro, es lógico: si en las diez primeras páginas no ha conseguido despertar mi interés ¿qué probabilidades hay de que lo haga en las otras doscientas veinte? Después de todo cualquier escritor sabe que un agente o un editor no le dará más de las cinco primeras para decidir si lo archiva en la papelera o le pide el resto del manuscrito, que yo le conceda la ventaja de otras cinco es más que suficiente.
Leyendo este post de Sabrina Jeffries (Seducir a un bribón, Una noche con el príncipe, Complacer al príncipe) me he dado cuenta que me salto la norma en otra cosa más: pispeo el final.
Sabrina dice que lee el final porque no aguanta la tensión de saber qué sucederá y si no lo hace, se pierde detalles jugosos con tal de llegar lo antes posible al último capítulo. A mí, la tensión no me preocupa. Echo un vistazo al final por la misma razón que leo las primeras páginas: para saber si el autor será capaz de mantenerme interesada o no.
Igual que a ti, me enseñaron que las cosas tienen un orden y que hay que respetarlo, pero siguiendo ese método me comí tantos pelmazos, incluidos algunos grandes nombres de la literatura, que decidí pasar del orden prestablecido. Además, lo verdaderamente grandioso que sucede cuando leo es esa conexión entre las palabras del escritor y las emociones que experimento a través de ellas. Para mí, leer es un placer. Y en el placer, como en el sexo, lo que cuenta no es precisamente el orden prestablecido ¿no te parece? :-)