Me han pedido que «no fuera mala» (lo siento, Bri ;), de modo que hasta después del preestreno no publicaré más nada sobre Princesa. Pero yo sigo con el gusanillo romántico, así que he pensado ofrecerte un avance de la novela en la que estoy trabajando.
No se trata de un proyecto nuevo, lleva en mi baúl de los recuerdos varios años, pero la he recuperado. Y fíjate, a pesar de los años transcurridos desde que la escribí, me ha vuelto a cautivar. Vendrá en primavera, también con una sorpresa bajo el brazo, de la que te diré más a partir de marzo o abril. Ahora te comento que se trata de una novela de las que a mí me gustan (como lectora, no sólo como escritora): tres historias de amor que se enlazan, mucho romance, y más sensualidad que sexualidad… Después de Princesa y la bruma londinense, he regresado a mis orígenes románticos con una novela que se desarrolla en Tennessee, en el seno de una numerosa familia de rancheros, y en torno a un suceso deseado y muy esperado por todos: la próxima paternidad del hijo mayor de la familia.
Lo que te traigo hoy es material fresquito -«recién reformado»- de una novela que todavía tiene título provisional: Mystic Oaks (el título original no me ha cautivado :-) y voy a cambiarlo, pero aún no he tomado una decisión al respecto). Se trata de una escena entre Tim Bryan y Samantha «Sam» Keats, la pareja protagonista de una de las tres historias románticas de esta novela. Los dos tienen un pasado de encuentros y desencuentros con el amor, ella incluso ha compartido casa con uno de sus desencuentros. Tim es el mediano de tres hermanos, tiene 30 años, y aunque es veterinario, trabaja en el rancho familiar. Sam es una urbanita acérrima, tres años menor que él. Empezó en el mundo de la publicidad para pagarse la carrera, y le fue tan bien que desde entonces tiene que hacer milagros con el tiempo para poder acabarla. Es muy amiga de Chris, la cuñada de Tim. Durante tres años, sólo coinciden en cumpleaños y demás celebraciones de los Bryan a las que Sam acude como invitada. No parece haber química entre ellos. Se conocen, y eso es todo. Pero, ya sabes, un día sucede algo… Él la mira, ella sonríe, los dos apartan la vista… y ¡voilá! ¿Fácil, eh?
De eso, ni hablar.
Te prometo que en este caso, no será nada fácil ;-)
Bueno, basta de cháchara. Aquí te dejo con una mis nuevas parejitas. Espero que te guste ;-)
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Sam ya se sentía nerviosa al ponerse en marcha hacia Mystic Oaks, el rancho de los Bryan. Había quedado a tomar el te con Chris, y ayudarle a elegir ropa de cama del último catálogo de Liz Claiborne. Ahora que acababan de abrirle la verja electrónica y tenía delante el camino que llevaba a la casa, no estaba tan segura de querer entrar.
Hacía más de una semana que le había dado su teléfono a Tim y él no la había llamado. En un principio había intentado no darle importancia al tema. Tal vez estuviera muy ocupado. Tal vez ni siquiera hubiera salido del rancho con tanto trabajo. Tal vez…
Pero si Tom, el hombre más ocupado del planeta en relación a ella, había encontrado tiempo para llamarla e invitarla a tomar algo… Había aceptado más por rabia que por interés, pero debía admitir que lo habían pasado bien. Chris tenía razón en eso: Tom, de buen rollo, era un tipo súper divertido y agradable.
La cuestión era que por alguna extraña razón, el mediano de los Bryan tenía su tarjeta, tenía su permiso para invitarla. Y no lo hacía. Por más que le daba vueltas al asunto, no acababa de entender lo que sucedía. ¿Tendría idea ese rubito de espalda portentosa y culo bestial lo cotizado que estaba su número de teléfono?
Por lo visto, no.
Y desde luego, ni estaba acostumbrada ni toleraría aquel flagrante “no sabe, no contesta”. Se plantaría delante del “rubito” y se lo preguntaría directamente. A ver qué tal aguantaba el envite.
Pero cuando llegó el momento, las cosas no salieron como Sam esperaba.
Había subido el camino levantando una nube de polvo y al doblar en dirección a la casa, lo vio entre un grupo de hombres sudorosos, levantando una cerca.
Pantalones vaqueros, camiseta negra sin mangas –pese al frío que pelaba-, botas rancheras. Y sombrero negro.
Diosss, pensó, y luego esperarían que una señorita no perdiera la compostura ante semejante ejemplar de macho humano.
Tim tensaba la alambrada cuando la vio aparecer en su deportivo negro y Jim [su hermano, y el menor de los Bryan] por poco le arranca la mano de un tirón con el espino artificial que debió haber estado controlando, en vez de mirar lo que no debía…
Él soltó la alambrada que de tan tensa se llevó uno de sus guantes de trabajo. —¡Mierda!
Jim corrió hacia su hermano. — ¡¿Qué coño hacías, tío?! A ver, déjame ver la mano…
En un segundo, toda la cuadrilla rodeaba al accidentado.
Rápidamente, Sam detuvo el coche y se apeó. Se acercó a Tim, que inspeccionaba la herida al tiempo que refunfuñaba en voz baja.
—Sube, ven. Vamos a curarte esa herida— dijo, abriendo la puerta del acompañante.
Él le restó importancia con un gesto.
—Estoy bien…No es nada…
La voz de su hermano menor sonó a orden.
—Ve a curarte esa mano, tío. Haz el favor.
“Que no es nada”. “Que te largues”. “Que ya vale: no es nada”.
El intercambio duró unos cuantos segundos, hasta que Sam volvió a intervenir.
—¡Caballeros, un momento por favor! —voceó. Los hombres callaron y se volvieron hacia ella, que sonrió y continuó—. Gracias —miró a Tim—. Si no vienes conmigo a curarte esa herida, será lo primero que le diga a Chris. Ella correrá a decírselo a tu madre, que irá a buscar a tu padre…
Tim no la dejó acabar la frase. Exhaló un bufido, se echó el sombrero hacia atrás, rabioso, y subió al vehículo con las carcajadas y las bromas de la cuadrilla a modo de música de fondo.
Sam se sentó al volante y pronto se pusieron en marcha.
—¿Te duele? —quiso saber, mirándole la mano con ojos aprensivos.
Los de Tim, en cambio, tuvieron que esforzarse por no regocijarse abiertamente en ella. Llevaba el cabello sujeto en una coleta alta, unos vaqueros y una cazadora negra con forro de corderito, debajo de la cual se adivinaba un jersey violeta. Era hermosa, así, tal cual. Sin maquillaje, ni zapatos de tacón, ni nada de nada. Ella era preciosa, y él, un perturbado mental, que no podía dejar de mirarla.
—No —replicó.
Breve y conciso, pensó ella. Evidentemente, no estaba en plan comunicativo.
—¡Qué mala suerte! Esos alambres me dan grima… Un vez, de niña, jugando con mi hermano, uno muy viejo, no aguantó la tensión —claro, estábamos haciendo el indio encima de él— y cedió… Me hizo una brecha de seis puntos en la pierna…Todavía hoy me duele cuando lo recuerdo.— De pequeña, había sido un marimacho. La mayor parte de sus cicatrices databan de aquellas épocas.
Tim la miró de reojo.
—¿Y que hacía una nena jugando entre alambres de espino?
—¿Nena? ¡No, qué va! Mi feminidad tardó años en dejarse ver… Hasta los doce fui un terremoto. Los árboles y las alambradas me volvían loca… Los árboles me siguen tentando muchísimo, te digo… Esa higuera que tenéis detrás de la casa no ha dejado de llamarme desde que nos vimos por primera vez…
Tim no pudo evitar sonreír. Desde luego no se imaginaba a aquella mujer trepando a ningún árbol.
Sam aparcó delante del primer garaje y ambos entraron en la casa.
—¡Hola, niña! —– le dio la bienvennida Chris, pero al acercarse y ver a Tim, su expresión cambió completamente— ¡Dios! ¡¿Qué te ha pasado en la mano?! ¡Julia, ven! —exclamó mientras intentaba quitarle el pañuelo que envolvía la herida.
Tim no hizo el menor ademán de detenerse, y continuó andando hacia el baño mientras quitaba hierro al tema, asegurándoles que no era más que un corte.
Pero no lo consiguió del todo. En un minuto, se encontró rodeado por las tres mujeres, ninguna de las cuales le llegaba ni siquiera a la altura del hombro, que se arremolinaban y lo estaban volviendo loco con sus lamentos y sus preguntas.
—¡A ver! — la voz de Tim sonó lo bastante enojada como para hacerlas callar y, entonces hizo una pausa, y suavizó el tono— ¿Queréis salir del baño y dejarme tranquilo, por favor? Sólo es un corte. Puedo curarlo yo solito ¿vale? Fuera todo el mundo…
Julia, su madre, obedeció a regañadientes y se fue a preparar el té. Chris también obedeció y regresó al salón suponiendo que su amiga venía detrás.
Sam se quedó exactamente donde estaba.
—Trae…—pidió, al tiempo que cogía su mano lastimada y retiraba con cuidado el pañuelo que él había puesto a modo de vendaje.
Tim la miraba. Con aquella mujer, alucinaba. Cuanto más la conocía, más lejana le parecía del bombón en lencería súper sexy, que echado de costado sobre una elegante mesa puesta para una cena de gala, le daba la bienvenida a los recién llegados a Nashville, desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, decorando vallas publicitarias situadas a lo largo de cincuenta kilómetros.
Y más le gustaba.
Y eso empezaba a ser un problema.
Ella procedía como si no se diera cuenta de su mirada.
Con naturalidad abrió el grifo, cogió el cepillo de uñas que había junto al jabón y puso la mano lastimada bajo el chorro de agua…
—Aguanta un poco…—le dijo mientras limpiaba la herida con el cepillo— ¿Hay alcohol por aquí?
Tim se estiró hasta el botiquín y le alcanzó lo que pedía.
—Va a quemar, lo siento —advirtió, poniendo cara de dolor mientras echaba el líquido y lo dejaba correr sobre la lastimadura.
No era de cemento armado, y claro que le quemaba, pero, la verdad, estaba más concentrado en ella que en lo que sucedía en su mano. Estaba…
Hecho un imbécil.
Porque solamente un imbécil podía meterse en semejante brete.
Había algo entre ella y Tom [el manager artístico del hermano mayor de Tim]. Él no pintaba nada jugando de convidado de piedra, y ya podía parecerle la mujer más preciosa del mundo, seguía sin pintar nada en aquel asunto.
—Sabes curar heridas —dijo, por decir algo, y ahuyentar al “imbécil”.
—Claro. Ya te dije que de niña era terrible… —miró de cerca el desgarro que era más aparatoso que profundo—. Yo la dejaría al aire…
Tim volvió a estirarse y cogió venda y esparadrapo.
—Ya, pero yo necesito volver a ponerme los guantes.
Sam le quitó las cosas de la mano, con suavidad, y empezó a vendar la herida.
—Sí, se me olvidaba…¿Tienes mucho trabajo, no?
Él miró a otra parte con un sonrisa resignada. La veía venir.
—Por eso no me llamas —añadió.
Sam hablaba sin mirarlo, aparentemente concentrada en lo que hacía. Tim meneó la cabeza. No la había llamado pensando que ella entendería el mensaje, pero por lo visto, aunque lo había entendido, no se contentaba con eso.
Se inclinó hacia Sam, y buscó su mirada.
—No te llamé por tres razones. Uno. Estoy trabajando catorce horas al día y seguirá igual las próximas diez semanas. Dos. Hay algo entre Tom y tú. Tres. Soy un tipo muy, muy, muy serio y tú, alguien que esta familia quiere y respeta un montón. Yo no hago esa clase de cosas. ¿Te queda claro? Porque, verás, no quiero volver a hablar de ésto.
Sam sintió que se le subían todos los colores. ¡Vaya manera de pararle los pies! ¿Pero quién se creía que era?
—Eso es una soberana estupidez —replicó, imitándolo—. Por tres razones. Uno. Para llamarme, no necesitas más de treinta segundos. Ya sabes… “Hola, Sam, ¿qué tal va todo? ¿Por qué no te vienes a comer a casa el sábado?”. Dos. No tengo nada con Tom. Tres. ¿A qué jodida clase de cosas te refieres? Nos conocemos desde hace tres años. Ya me he dado cuenta de que eres un tipo muy, muy, muy serio. ¿Te has dado cuenta tú de que yo también lo soy? ¿O sigues viendo a la chica de las vallas publicitarias cada vez que me miras? Aclárate, guapo. Llámame o no me llames, pero por favor, no me vengas con chorradas.
Sam pasó por su lado y salió del baño echando humo por la cabeza. Pero a Tim le quedaba algo por decir…
—Te invitó al Bar Twenty3 [el local de moda, donde su presencia no pasaría desaparcebida]. Y dijiste que sí. ¿Por qué?
Ella se volvió, enojada.
—¿Por qué me invitó o por qué acepté? ¿Y cómo sabes tú eso?
—Te llamó delante de mí. Así es Tom cuando le tocan las narices. Quería que me enterara de qué iba la cosa. Y claro, no me quedó más remedio que hacerlo.
—Ajjj… Los tíos sois unos capullos impresentables… —soltó el aire en un bufido, y lo miró con los ojos brillantes de rabia—. Me invitó porque le voy, como a todos los tíos. Acepté porque él me lo pidió y tú no. Y hasta que llegue el día en que tú me lo pidas, seguiré haciendo lo que me de la gana con quien me de la gana. Y si no te gusta, lo lamento. ¿Te queda claro? Porque, verás, no quiero volver a hablar de ésto.
Dicho lo cual, Sam se dio la vuelta y desapareció de su vista.
Entró al salón, donde Chris la esperaba con el té a punto, y se puso su mejor sonrisa. Sabía que ella había oído la conversación. Lo vió en su mirada, pero se sentía demasiado enojada para hablar del tema. Y además, no había de qué hablar. Tim pasaba de Sam y ella pasaba de Tom. Así que, no había nada que contar.
Mientras Chris miraba el catálogo y le explicaba lo que quería para su recién decorado dormitorio, Sam vio por la ventana cómo Tim se alejaba de la casa por el camino de tierra que llevaba a la zona de trabajo. Sin volverse ni una vez. Sin hacer el menor intento de despedirse.
Para ella, la situación empeoraba por segundos. Antes de la conversación que habían mantenido en el baño, Sam era bastante capaz de mirarlo y comportarse normalmente. Ahora, sólo con ver su figura varonil desandando aquel sendero de tierra, tan imponente, tan indiferente, se le disparaba el corazón.
Y como dos horas más tarde seguía igual de enfadada y de interesada, comprendió que no estaba en condiciones de aceptar la invitación de Chris. No soportaría tenerlo cenando en frente, como si no hubiera sucedido nada. Así que sobre las seis anunció que se marchaba.
Los hombres seguían trabajando en la misma zona, sólo que ahora había anochecido y se alumbraban con focos alimentados por un generador. Tim estaba trabajando bajo la luz de uno de ellos, por lo que Sam pudo ver con claridad cómo él levantaba la cabeza de lo que hacía al oír un coche acercarse y la miraba.
Sam decidió, en fracción de un segundo, que lo suyo era saludarlo. Aunque fuera con un gesto, y lo hizo; sin sacar la mano del volante, intentó sonreír y lo saludó.
Él se enderezó, se quitó los guantes y cruzó el camino. Sam detuvo el coche y bajó el cristal. Esperó con el corazón latiéndole en las sienes… Tim se puso de cuclillas junto a la puerta, apoyando los brazos sobre el borde de la ventanilla.
—Se me dan mejor los animales que las mujeres, así que es posible que lo que voy a decirte no sea… — hizo una pausa y respiró hondo— lo que esperas oír, pero es lo que siento, ¿vale?
Sam mantuvo la mirada. ¿Cómo no hacerlo? Esos ojos azules eran dos poderosísimos imanes.
—Me gusta mirarte —empezó a decir él—. Y me gusta lo que siento cuando tú me miras. Me gusta lo que eres debajo de ese traje de mujer diez que llevas como si fuera una segunda piel… Pero no nos hemos conocido en un bar. Nos conocimos aquí, en la casa de mi familia. Es el sitio más sagrado del mundo para mí, así que…
Tim volvió a respirar hondo.
—Solamente podría haber más que lo que hay ahora, si… me enamorara de ti. Y no es el caso.
Sam sintió que se estremecía. Íntegramente. De la cabeza a los pies.
Jamás en la vida le habían dicho algo tan inesperado y tan frustrante, y aún así, hacérselo sentir como una caricia sensual.
—Y hasta que sea el caso —continuó él—, si alguna vez lo es, no voy a mover ficha, Sam. Espero que aceptes esto y lo respetes porque no voy a andarme con tonterías. ¿Vale?
Sam asintió con la cabeza. Encendió un cigarrillo intentando recuperarse y pensar. Había oído, sí, pero aún no lo había encajado.
—Me has dejado… grogui —admitió al rato, con una sonrisa—. No está mal para alguien a quien se le dan mejor los animales…
—Ya.
Sam suspiró. A continuación, se ajustó la coleta en un gesto de nerviosismo disfrazado de coquetería.
Él esbozó una sonrisa leve, y bajó la mirada.
—Está bien —convino Sam. Su voz mostró un punto de humor—, lo encajaré. No te preocupes… No te pondré contra las cuerdas… Eres el primer tío que se planta delante de mí a explicarme “por qué no”, y te aseguro que tiene su morbo… —ambos sonrieron—. Seré una buena chica, tranquilo. Y ahora, me tengo que ir…
Tim se puso de pie sin dejar de mirarla.
—Vale. Vuelve cuando quieras. Aquí siempre eres bien recibida.
Sam le guiñó un ojo y cerró el cristal. Tenía que largarse de allí cuanto antes.
Al salir del rancho y mientras veía por el retrovisor cómo la verja electrónica se cerraba, Sam tomó conciencia de la inesperada angustia que le oprimía la garganta, que la obligó a tragar una y otra vez hasta que consiguió dominarla.
Se había enamorado de Tim.
Menudo descubrimiento…
Ahora sólo le faltaba descubrir qué hacer con ese flamante sentimiento, ya que como él le había dejado perfectamente claro, no era correspondido.
© Patricia Sutherland
¡Hola, Patricia!
Primero: ¿Cómo que no publicarás nada más de Princesa hasta el preestreno? ¡Yo tenía razón, eres muy, pero muy mala je, jee! (es broma, eres un sol) Ya sabes que Dakota me tiene enamorada y sí, quiero saber cómo se las ingenia para quedarse con Tess.
Ahora sí, segundo: ¡Wow, wow, wow, magnífica esta parejita! Ya veo que Tim es un chico con decisiones firmes y pobrecita Sam, ella ya está enamorada de él. Bueno, vuelves a dejarme con ganas de leer mucho más. Ya lo dije pero lo repito, eres una magnífica escritora y sabes cómo enganchar al lector desde la primera línea. Tus personajes, son fabulosos y muuuuuuy guapos.
Besos,
Bri
Jajaja… ¡Qué veloz! Me has sorprendido en el panel de control de WP (a Judith, le otro día le pasó igual: me pilló «infraganti»)
Gracias por tus palabras, niña. Me siento halagada y eso, de vez en cuando, está bien ;)
Es súper grato saber (porque te lo digan) que hay lectoras que disfrutan con algo que a mí tanto me gusta.
Besos a ti también.
Me ha gustado mucho y me siento tan frustrada como Sam. ¿No hay manera de hacer reaccionar a este chico?
Vaaaale, hablaré con él ;-)
Me alegra que te haya gustado, Menchu ¡y gracias por la visita!