El calor ya está aquí, al fin, después de un invierno largo y una primavera mucho más inestable de lo habitual. Para mí es señal de que ha llegado la hora de apagar el portátil y recargar su batería, ¡y la mía!
Tenía planificadas dos entradas, de esas que ofrecen información útil que a mí tanto me gustan, pero he decidido dejarlas para la vuelta de vacaciones. Después de todo, es verano y lo que apetece es tumbona y relax ¿o no?
Así que he pensado ¿y qué tal si complemento tu bucólico descanso veraniego con un par de entradas que en vez de útiles, sean entretenidas?
Me refiero a «románticamente» entretenidas, claro.
El extracto que publicaré en dos partes corresponde a la primera de la serie Sintonías, Bombón. ¿Qué puedo decirte de ella? Bueno, además de ocupar el primer lugar de publicación -con lo importante que son los comienzos-, es la que tiene el mayor nivel de erotismo y también la que confiere el carácter de serie a Sintonías, ya que la apasionada relación de Mandy y Jordan continúa creciendo y consolidándose en la segunda y la tercera entrega. Es romántica, sensual, con una pizca de pimienta y bastante ternura… O sea, es el tipo de historia que me encanta leer, sólo que en este caso la he escrito yo :-)
Con un trocito de ella te dejo, entonces ¿vale?
Bombón. Resumen:
Mandy y Jordan son amigos desde niños. Pudieron haber sido novios adolescentes pero él, incomprensiblemente para Mandy, no acudió a la cita. Ahora ella tiene 26 años, es una cantante famosa, y Jordan, además de su amigo es su Manager.
Pero desde hace dos años Mandy se rodea de malas compañías, alimenta a la prensa sensacionalista con escándalos frecuentes y no atiende a razones. Una noche, Jordan, que secretamente está enamorado de ella, la encuentra en su suite del hotel compartiendo cama con el licencioso vocalista de una banda de rock y decide marcharse: ya no soporta verla vivir así. Cuando Mandy quiere darse cuenta, Jordan se ha ido y su vida es un desastre.
Siguiendo el primer consejo que ha aceptado en años, vuelve con los suyos y nuevamente rodeada de su afecto, Mandy toma conciencia de la realidad: nunca ha querido una vida lejos de los suyos; ha vuelto a casa casi huyendo, esquivando a la prensa, contando mentiras a su equipo, después de cancelar dos meses de actuaciones con la excusa de una enfermedad que no ha precisado, pero más tarde o más temprano va a tener que volver a las giras, a los hoteles, a las interminables sesiones promocionales… Solo que ahora no se siente capaz de hacerlo sin Jordan.
Para Jordan, irse fue un intento de pasar página tan desesperado como inútil: cada vez más atrapado en la red de un amor no correspondido, ya no sabe qué hacer. Pero al tiempo, cuando vuelven a verse y Mandy, inesperadamente, se muestra arrepentida por lo ocurrido y poco después reacciona tan mal al comprobar que él ha asistido con una amiga a la entrega de premios en la que ella es una de las nominadas, se enciende una pequeñísima luz de esperanza…
¿Son celos? ¿Qué significan en alguien como Mandy? ¿Qué posibilidades tiene de enamorar a esa mujer desinhibida y arisca, que cambia de acompañante como de zapatos, cuya relación más larga duró apenas una semana?
Intentar olvidarla no resultó.
Jordan decide que es hora de cambiar de estrategia…
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Y ya lo creo que lo hace. Jordan es un gran estratega -¡me sorprendió hasta a mí!-, pero Mandy es imprevisible, apasionada; una mujer de armas tomar.
¿Qué resulta de la interacción de un tipo muy listo (pero muy enamorado) y de una mujer rebelde que vive la vida apasionadamente, sin ataduras?
Pues, lo dicho: mucho entretenimiento… Romántico, claro :-)
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Mandy llevaba varios días sin saber de Jordan y se sentía rara. Se habían despedido el lunes por la mañana con un “hablamos ¿sí?”. Él había regresado a Nashville.
Y no habían hablado.
Él no la había llamado.
En otras circunstancias no le habría importado tanto, pero ahora…
Mandy se subió a la tranquera y se sentó sobre el listón de madera, con las piernas colgando hacia adentro. El predio de adiestramiento estaba vacío. A lo lejos, se veían luces en el pabellón de los peones. El sol se había ocultado hacía un rato y las faenas del día habían acabado.
Después de darle mil vueltas, el miércoles ella se había decidido y lo había llamado. Nadie había contestado. Tampoco había saltado el buzón de voz. Desde entonces habían pasado tres días, y continuaba sin saber nada de Jordan.
Mandy se subió el cuello del abrigo. Se estaba quedando helada. ¿Qué hacía allí con semejante frío? Bajó de un salto y retomó el camino que llevaba a la casa.
Estaba insorportable. No se sentía ella misma. Pasaba el día ociosa, incapaz de concentrarse en nada más de cinco minutos, y con sus pensamientos volviendo una y otra vez sobre el mismo tema; Jordan Wyatt. Él le había dicho que “se moría por volver con ella”, pero ni había aceptado su nuevo proyecto aún, ni estaba con ella.
Estaba en Nashville.
Seguramente disfrutando de la compañía de su barbi de apellido ilustre.
Y no la había llamado.
Ni siquiera le había devuelto la llamada.
Mandy meneó la cabeza, disgustada. ¿En qué situación estaban? Necesitaba saberlo de una vez. Ya no soportaba continuar así. Respiró hondo cuando comprendió que estaba a punto de saberlo; el hombre que aparcaba frente al jardín, era él.
Mandy se irguió, y avanzó hacia el coche como si no tuviera un nudo en el estómago. Avanzó con su sonrisa despreocupada, ignorando las sensaciones que últimamente se adueñaban de su cuerpo cada vez que lo veía.
Eran intensas y raras. No podía clasificarlas. En realidad, no se animaba a hacerlo. Así que jugaba a ignorarlas.
Pero seguían allí, y eran las mismas: boca inesperadamente seca, latidos que retumbaban en sus oídos… y un montón de nervios que no sentía ni cuando estaba en el escenario frente a diez mil personas.
—Si vienes a cenar, es pronto… —dijo Mandy, apoyándose contra el Corvette, junto a la puerta.
Él sonrió y se dedicó a sacar abrigo y maletín bajo la persistente mirada femenina que le pasaba revista.
Jersey negro de cuello alto. Botas negras cortas. Tejanos de muerte. Imponente como siempre, pero demasiado sport para Jordan.
—¿Es el estilo Nashville? —preguntó ella, con ironía.
Jordan cerró el maletero. —Es el estilo mudanza. Lo mejor para ponerse de mierda hasta arriba embalando una casa, son unos tejanos y un jersey negro. También valen para hacer seiscientos kilómetros por carretera…
“Así que has vuelto a Camden”, pensó Mandy y se obligó a no mover ni un músculo de su cara.
—¿Entramos? —invitó Jordan.
—¿”Entramos”? —Mandy se incorporó, puso las manos en los bolsillos de su abrigo y lo miró irónica—. ¿Es que vienes a verme a mí?
Jordan sonrió. —Tenemos un tema pendiente, sí.
—Bueno… Supongo que si ha esperado una semana, es que no es urgente ¿no?
Mandy pasó junto a él y se dirigió a la casa. Entró y dejó la puerta abierta. Jordan la siguió intentando mantenerse serio y no soltar la risa. No quería enfadarla más de lo que estaba. Entró y cerró la puerta tras de sí.
—Tenía que analizar bien lo que me propusiste, Mandy… No es tan fácil como a ti te parece que es.
Ella estaba al pie de la escalera cuando él habló, y se revolvió.
Menudo imbécil.
—¿Tengo cara de idiota? —regresó sobre sus pasos, y se plantó delante de Jordan, mirándolo rabiosa—. Mira, niño… Si me dices que hablamos, me llamas. Y si ves mi llamada perdida, me la devuelves. Quiero que seas tú, Jordan, pero no pienses ni por un segundo que te voy a dejar jugar este juego conmigo. Vuelve a pasar de mí, y me abro. ¿Está claro?
—No pasé de ti…
Mandy no sólo lo interrumpió, dio un paso más y lo enfrentó. —¿Está claro, o no?
Él la miró con ternura y al final asintió.
—Bien —replicó ella—. No voy a hablar de negocios hoy, así que si has venido a eso, puedes irte.
Jordan la vio volverse sin más y subir la escalera hacia la primera planta. Entonces, las palabras de Jason sobre lo que funcionaba o no funcionaba con una mujer, volvieron a su mente. Cada segundo que pasaba tenía más claro que con esta mujer, no funcionaría. Había sido un error no devolverle la llamada. Jordan asintió. Sí, había sido un error que no volvería a cometer.
En la cocina, Mark y su padre se miraron divertidos. Mandy había sacado las uñas. Los siguientes capítulos de la historia «Jordan & Mandy» prometían ser apasionantes.
Cuando Jordan entró, las miradas hablaban por sí mismas. Pero por si cabía alguna duda, John se lo aclaró.
—Mandy 1, Jordan 0 —le dijo palmeándole el hombro con cariño—.Ven, come algo y repónte para el siguiente asalto.
Jordan se sentó a la mesa sonriendo violento, y se dispuso a recuperar fuerzas con un trozo de la mejor torta de queso y moras del país.
Para vérselas con Mandy, desde luego, le haría falta.
* * *
Mandy no habló de negocios aquel día. Ni el siguiente. No fue hasta el domingo después de comer, cuando Jordan volvió a intentarlo por quinta vez en tres días y el muro cedió.
Mientras el resto de la familia miraba televisión en el salón, Mandy escuchaba la exposición de Jordan en la cocina, con la vista fija en su pocillo de café.
Seguía enfadada. Y seguía celosa.
Celosa de que hubiera corrido a darle explicaciones a su barbi, y a ella la hubiera tenido una semana esperando una decisión. Y lo peor de todo era que admitir que estaba celosa la enojaba mucho más que todo lo demás. Porque los celos no podía controlarlos. Los sentía. No los había sentido en la vida antes, y no sabía cómo manejarlos.
—Las seis fechas que tienes en diciembre son impepinables. Si no cumples, te va a costar un montón de pasta, así que yo te aconsejo que actúes. Año nuevo, vida nueva. Y con la discográfica… las actuaciones comprometidas ya están cumplidas, aunque en algún momento del año tendrás que volver a entrar en estudio con un álbum nuevo y habrá que negociar las actuaciones promocionales, pero eso se verá en su momento… Estuve echando un vistazo a los festivales. Varios coinciden mes, así que va a haber que montarlo muy bien, si no vas a acabar de cama…. Las actuaciones en ciudades más pequeñas se pueden coordinar en relación a los festivales. Con tus actuaciones especiales para fans, lo mismo… Creo que puede funcionar —Jordan estiró las piernas, bebió un sorbo de café—. Va a ser una pila de trabajo y engranar las cosas muy bien, pero puede funcionar bien…
Miró a Mandy. Ella seguía con su vista fija en la cucharilla con la que removía el café, algo ausente.
—Vas a tener que modificar un poco tu imagen —continuó Jordan al ver que ella no decía nada—. Tejanos, Mandy. Ropa más normal. No quiero tener que estar sacándote vaqueros salvajes de encima…
Los ojos femeninos se llenaron de una mezcla de vanidad y rabia.
—Me los vas a tener que quitar de encima igual. Lo que les gusta no es mi ropa.
Cierto. Como para que no les gustara…
—Tejanos, Mandy —repitió masculino. Hizo una pausa y añadió—. Y un cinco por ciento más.
La mirada de ella se desplazó del pocillo de café a los ojos de él, desafiante.
—Vaya… —se recostó contra el respaldo de su silla y se cruzó de brazos—. Eso es un montón de dinero, ¿sabías?
En aquel momento Mark se disponía a entrar en la cocina, pero se detuvo. ¿Cinco por ciento más? Sonrió divertido y se apoyó junto al marco de la puerta a ver qué contestaba Mandy.
—Tu proyecto es un montón de trabajo.
Mandy continuó mirándolo, desafiante. Así que no había vuelto con el rabo entre las piernas…
Está bien, sabes lo que vales. Me gustas, chico.
—Por un cinco por ciento más, te voy a querer pegado a mi sombra las veinticuatro horas del día. Todos los días.
—Dieciséis —puntualizó él—. No voy a dormir contigo.
Mandy sonrió. Jordan también; era la primera sonrisa auténtica que veía en aquel rostro hermoso, en tres días.
—Encárgate de que tus chicas lo sepan, ¿vale?
Había dicho “chicas”, pero quería decir “barbi de apellido ilustre”. Jordan leyó entre líneas.
—Ya lo saben —contestó, masculino.
Mark se frotó las manos y volvió al salón a compartir las noticias.
Mandy asintió y se puso de pie. Jordan la miró mientras se alejaba hacia el salón, con las manos en los bolsillos de los tejanos.
Sus ojos como siempre desde hacía años, la recorrieron. Desde aquella melena rizada que le cubría hombros y espalda, a través de unas curvas de vértigo que no conseguía disimular ni aunque se pusiera un jersey dos tallas más grande como el azul que llevaba… Hasta las deportivas, en sus pies, resultaban sexy.
Es que era sexy. Toda ella. La mujer más sexy del planeta.
Dieciséis horas por día con Mandy. Siete días a la semana.
Dios.
Bombón, capítulo 10 (extracto)
© Patricia Sutherland
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